viernes, 15 de noviembre de 2013

TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA Y REFORMA POLÍTICA


Alternancia en los gobiernos y transición democrática, no son sinónimos. Tampoco la democracia electoral equivale al paso de un régimen con resabios autoritarios a uno en el que la democracia sea el fundamento del Estado de derecho y de nuevas sinergias entre el Estado y la sociedad; la actual reforma, más electoral que política, no garantiza una vía de tránsito hacia una democracia sustantiva. De hecho, las modificaciones realizadas sobre la dimensión electoral desde los años setenta, propiciaron un cambio controlado desde las elites del poder del sistema de partidos y posteriormente, de los cambios en las relaciones entre esos institutos y el régimen político, una vez que irrumpe el gobierno dividido entre Legislativo y Ejecutivo en 1997. Época en la que nace el primer intento serio por construir una autoridad electoral legítima, que rendirá sus frutos con la alternancia presidencial del año 2000.

Entre reformas políticas de arriba hacia abajo y la insuficiencia de medidas eficaces para destrabar la herencia autoritaria del régimen de partido hegemónico, nuestros debates sobre la reforma que se necesita y los acuerdos y proyectos que enarbola el Pacto por México, se cuestionan sobre la vigencia y expectativas de la llamada transición democrática. ¿Cómo sentar los fundamentos de tal proyecto transformador? Las condiciones irrenunciables de esa transición, se refieren a un pacto social renovado, capaz de articular consensos que refuercen la soberanía popular. Por lo tanto fortalezcan una reconfiguración de la categoría pueblo y de los resortes políticos de carácter incluyente que puedan enunciar y hacer valer el interés general como núcleo orientador del sistema de partidos, del régimen político, del gobierno y del Estado. De ahí que sea irrenunciable apostar por una reforma política de Estado, como paso inicial del resto del paquete de reformas “estructurales”.

Otra condición irrenunciable de tal transición, es el poner fin a la impunidad, en sus manifestaciones públicas y privadas. Que impere la ley como fundamento del Estado de derecho. Aquí es donde reside la parte más difícil de alcanzar, pues se trata de juzgar los crímenes del pasado reciente, al menos de 1968 para acá, de manera que legalidad y legitimidad se acerquen y garanticen la demanda elemental de certidumbre jurídica y justicia eficaz y expedita, lo cual ya plantean movimientos sociales que defienden y promueven una amplia gama de derechos humanos, cuya expresión más visible, pero no la única, es el movimiento por una Paz con Justicia y Dignidad. Si bien la Ley de Víctimas, publicada en enero de 2013, presenta avances innegables en tal sentido, la memoria colectiva registra masacres y asesinatos de Estado que no se han esclarecido: Acteal, las más de 100 mil muertes durante el gobierno de Calderón…


Una transición democrática auténtica no puede renunciar a la construcción de una nación generosa, nutrida en y desde la interculturalidad de los pueblos y naciones que conforman este país. La democracia de la modernidad liberal, que está en los orígenes del régimen político que tenemos, tiene una deuda social histórica frente a los mundos de vida excluidos. Mientras persistan racismo, discriminación por motivos de género, edad, religión, o estatus económico, no podrá haber un piso de confianza pavimentado por la democracia. Están pendientes los Acuerdos de San Andrés, que pusieran sobre el tapete los zapatistas. Falta pensar en las autonomías regionales, como instancias de reconocimiento de los pueblos originarios. Falta enjuiciar la dimensión económica del modelo orientado a la exportación, productor de pobreza y desigualdad social. Son otros los caminos reformistas para poder alcanzar la transición democrática. Dudo que las actuales reformas apunten hacia ella.

viernes, 8 de noviembre de 2013

PELIGRAN EL PACTO Y LAS REFORMAS


Se están mostrando los límites del Pacto por México, pues en su origen reside su falta de viabilidad como instrumento para establecer consensos practicables, creíbles y con mecanismos de seguimiento y evaluación de los acuerdos alcanzados. No podía ser de otra manera, pues la concepción política que le dio nacimiento apostó por un acuerdo entre las elites partidistas y el Ejecutivo federal, cuya representatividad y vínculos con el abigarrado mosaico nacional que es México son de dudosa calidad. Si bien el regreso del PRI al gobierno federal ayuda y es ayudado por el refuerzo del presidencialismo, donde se centraliza la dirección de partido y gobierno, la expresión de los poderes regionales en los gobernadores estatales no dejan de manifestarse en los cabildeos que se hacen en torno de los detalles de las reformas.

Las contradicciones internas del Pacto por México se encuentran en diversos órdenes y escalas del ejercicio democrático. No es un pacto nacional; la sociedad, la idea de ciudadanía está sólo en el discurso retórico. Además, ni el gobierno federal, ni su partido, consultan a los gobernados ni a sus militantes afiliados; tampoco lo hacen Acción Nacional, ni el PRD. Por ello, el Pacto se circunscribe a la narrativa que son capaces de articular las cúpulas partidistas en consonancia con las propuestas del Presidente Peña Nieto. Afloran cada vez con mayor fuerza las divisiones entre Senadores y Diputados federales de los dos partidos de oposición, quienes convocan a salirse lo más pronto posible del Pacto. Se están agotando las negociaciones de cuotas de poder entre los partidos alrededor de lo que se ofrece a cambio de apoyar tal o cual reforma, y actualmente peligran la reforma electoral y la reforma energética.

Paradójicamente, en la partidocracia está el origen de los males que empantanan al Pacto. Entre los 95 acuerdos que lo conforman, el relativo al Instituto Nacional Electoral ilustra la dificultad para consensuar una reforma siquiera electoral y no digamos política. Mientras que el Presidente de la República y los tres partidos firmantes del Pacto acordaron la creación del INE, algunos de los legisladores, encabezados por Ernesto Cordero del PAN y Manuel Camacho del PRD, lo desecharon (15-05-2013) y en cambio propusieron 40 modificaciones de carácter político-electoral, que no  están del todo contenidas en el Pacto por México. Fue una sublevación contra sus respectivas dirigencias partidarias y un reclamo de autonomía para sus legisladores, porque el Pacto los considera simples escribanos de los acuerdos cupulares que toma. Sin embargo, ni partidos ni legisladores consultaron a sus bases o a sus representados, para modelar su propuesta. Con Pacto o sin él, las reformas se conciben como cotos de poder partidocrático.


Recientemente, hay otros actores que cobran fuerza y reclaman participar en la orientación de las reformas: los gobernadores estatales. Primero el del Estado de México, Eruviel Ávila, luego el del DF, Miguel Ángel Mancera, después el de Jalisco, Aristóteles Sandoval, han “endurecido el cabildeo para aplicar ajustes al modelo del Instituto Nacional Electoral, el cual ya no suprimirá los órganos locales en la materia, aunque sí los renovará y designará a sus relevos, además de apoyar la fiscalización de los procesos comiciales. [Así] Los líderes partidistas en el Senado parecen haber encontrado la cuadratura al círculo para sacar adelante el tema.” (El Universal, 07-11-2013) Es muy probable que la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago), se reúna la próxima semana para reforzar su cabildeo. No obstante, si las reformas permanecen como letras de cambio entre la partidocracia, queda la pregunta si estos cabildeos incluyen concesiones frente a la reforma energética.