viernes, 20 de marzo de 2015

MOVER A LA SOCIEDAD




En solidaridad con Carmen Aristegui y su equipo de periodistas

Frente al eslogan gubernamental “Mover a México”, existen otros impulsos que mueven a la sociedad. Las direcciones son contrarias. Al gobierno federal, así como a los gobiernos locales, sin importar al partido al que pertenezcan, les interesa mostrar un dinamismo que haga ver al país caminando hacia objetivos como el progreso, la prosperidad, narrativas difusas, hechos postergados, inciertos. Mientras, las expresiones sociales de descontento aumentan, se radicalizan, pero sobre evidencias en las que se identifican hechos tangibles o preocupaciones sobre el futuro fundadas en tendencias previsibles. Sujetas a los imperativos de una gobernabilidad pragmática, las autoridades constituidas subyugan los valores democráticos en que se inspiraron sus campañas para ser electas, sin importarles cerrar las brechas que encontraron entre representantes y representados, las cuales se amplían conforme se implantan sus políticas públicas.

En contraste, la sociedad es movilizada frente a diversas amenazas sentidas en carne propia por grupos diferenciados, en función de injusticias que sufren, por desapariciones, violencia, impunidad; del grado de exclusión al que son sometidos por la mercantilización de la vida: el desempleo, las carencias y los bajos salarios, la pobreza endémica o estructural; el descontento frente al sentido elitista que toman los programas de gobierno y sus reformas legislativas en distintos niveles: energético, laboral, educativo, fiscal… las once reformas de Peña Nieto. La defensa de los derechos humanos en ámbitos que se expanden más allá de la economía, como los derechos culturales y sociales, por el reconocimiento de las diferencias que, paradójicamente, se unen en la interculturalidad y la aceptación del otro. Mover a la sociedad es una consecuencia del autoritarismo. A diferencia de Mover a México, la movilización social es cada vez más resultado de formas de autogestión que (con)mueven, no de una mano externa que la manipula.

Vivimos momentos cruciales manifiestos en la creación de espacios públicos antiautoritarios: aumentan y se extienden por todo el país formas de impedimento de cara a decisiones políticas excluyentes. Actores sociales dejan la apatía y, a pesar de condenas y amenazas de poderosos conquistan la calle, las redes sociales, todos aquellos espacios que no son colonizados por un mercado empecinado en autodefinirse como espacio único de la libertad. La hegemonía mercantil también se enfrenta a resistencias de lo más diversas: frente a la coyuntura mundial que apuesta por extraer materias primas sin procesar, sin importar el daño ambiental, se exacerba la acumulación por despojo de territorios que poseen agua, energéticos, recursos minerales; a lo cual se contraponen las resistencias de los afectados por esa explotación. O, frente a las migraciones internacionales –forzadas- crecen resistencias y defensas mediante estrategias sociales transnacionalizadas.

Impedimentos y resistencias antiautoritarias apuntan hacia la creación de imaginarios juiciosos y críticos, portadores de ideales participativos fundadores de otra democracia, distinta de la elitista y minimalista, clientelar y corporativa que conocemos, la cual se presenta como única, sin alternativas posibles. Sin embargo, por ahora esos imaginarios están dispersos; aquí residen fortalezas y debilidades de la sociedad movilizada. Ello marca un abismo entre esos movimientos juiciosos y críticos, los (pocos) partidos y gobiernos sensibles a sus demandas. Cierto, los partidos perdieron la calle, se alejan de los movimientos sociales. No obstante, en las manifestaciones de repudio de la reforma energética este 18 de marzo, convergieron desde pequeños poblados con luchas comunes por el agua, hasta las concentraciones “nacionales”, que apelan a fundar también otro Estado, el de los comunes. Igualmente, la sociedad se mueve concertadamente en apoyo a Carmen Aristegui y su equipo de periodistas, porque el derecho a la información es un bien común, no solo mercancía.

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